El mantel trata de retener la fruta, dispuesta a rodar por el hueco de sus pliegues. La tapicería del fondo y la tela recargada de al lado, se dedican también a mantener juntos, estos objetos que en pura lógica deberían ir cada un por su lado. El cántaro parece inestable sobre su base. El frutero se inclina inseguro de su contorno, el plato de filete azul, se deja llevar por el peso de las manzanas, pierde su circunferencia.
Las cosas resbalan a punto de escaparse. En las naturalezas muertas del pasado, que construían suntuosas puestas en escena, la caída previsible de los objetos traducía la fragilidad de todo destino. Aquí, el gran peligro que amenaza al frutero no es el de romperse en el suelo tañendo a muerto por las ilusiones terrestres, sino dislocarse hasta el punto de ser irreconocible.
El cuadro no le garantiza una forma durarera. A costa de una vacilación constante, los frutos salvaguardan su hermosa redondez. El pintor se concede un margen de error y los envuelve en un trazo difuso. Elige un término medio entre lo que podría ser, lo que es y lo poco que es posible ver realmente...bajo el pretexto de exactitud, ¿hay que encerrar el centelleo de la luz en un trazo rígido, fijar desde el primer momento la forma y el color de un fruto que no ha acabado de madurar?
El pintor necesita el tiempo que desconcierta las cosas. Lo convierte en su compañero. Las formas no son más que la sucesión de las apariencias. Los objetos como las personas, viven de la atención que se les presta, un segundo de indiferencia y el plato pierde su dibujo. Hubiera sido necesario demorarse para devolvérselo. Pero en aquél instante, la mira estaba solicitada por otro punto atraída por no se sabe que súbito destello. El lienzo almacena toda esto lentamente y sin protesta. Los bajones , las costumbres que se anquilosan y los gestos que tropiezan. Las estaciones que ayudan a los colores a florecer.
El mantel, a fuerza de haber sido manipulado, girado, guardado y arrugado, olvida que que tejido estaba hecho y si tiene todavía una forma cualquiera. El tiempo que lo ha desgastado ha hecho de él un objeto diferente, un luz sólida que se desliza bajo las cosas e impide su dispersión. Cada vez se parece más al lienzo sobre el que trabaja Cezanne.
Las naranjas flotan sobre el frutero con la ligereza de un globo. Las manzanas amarillas y rojas enjugan su exceso de color sobre el tejido blanco, el pintor limpia su pincel. No hay prisa. Queda un fruto verde.
The tablecloth tries to retain the fruit, ready to roll about the hollow of its creases. The hangings of the fund and the overloaded cloth of nearby, they devote themselves to maintain also both, these objects that in pure logic should go every one from his part. The pitcher seems unstable on its base. The fruit bowl inclines insecurely of its outline, the plate of blue filet, allows to take for the weight of the apples, loses its circumference.
The things slip on the verge of escaping. In the natures dead of the past, which were constructing sumptuous stagings, the foreseeable fall of the objects was translating the fragility of any destination. Here, the big danger that threatens to the fruit bowl is not of breaking in the soil tañendo dead person for the terrestrial illusions, but be dislocating up to the point of being unrecognizable. The picture does not guarantee a form durarera. At the cost of a constant hesitation, the fruits safeguard its beautiful roundness. The painter grants an error margin to himself and wraps them in a diffuse line. It chooses an average between what it might be, what it is and the little that is possible to see really... under the accuracy pretext: is it necessary to shut the sparkle of the light up in a rigid line, to fix from the first moment the form and the color of a fruit that has not finished of maturing?
The painter needs the time that disconcerts the things. It turns it into its partner. The forms are only the succession of the appearances. The objects like the persons, they live of the attention that pays them, a second of indifference and the plate loses its drawing. It had been necessary to take a long time to return it to him. But in that one moment, the sight was requested by another point attracted for it is not known that sudden twinkle. The linen stores everything this slowly and without protest. The bassoons, the customs that anquilosan and the gestures that stumble. The stations that help to the colors to bloom.
The tablecloth, by force of having being manipulated, turned, kept and wrinkled, forgets that that textile was done and if it has still an any form. The time that has worn it out has done of him a different object, a solid light that slides under the things and its dispersion prevents. Every time it looks alike more to the linen on which Cezanne works.
The oranges float on the fruit bowl with the agility of a balloon. The yellow and red apples wipe its color excess on the white textile, the painter cleans its brush. There is no hurry. A green fruit stays.
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